LA CALLE QUE NO DORMÍA NUNCA
LA CALLE QUE NO DORMÍA
NUNCA
* edición impresa, domingo, 25 de noviembre de
2007
Esta
calle de aspecto más bien dormido fue durante muchos años la calle que no
dormía nunca.
Tenía entonces un pomposo nombre oficial con sabor a guardia y
cachiporra -calle del Conde del Asalto- y estaba especializada en academias de
baile, garitos de juego, salas de strip (que con la ropa de entonces
debían de exigir un ritual complicadísimo), casas de señoritas dispuestas a
todo y bares de primeros auxilios.
Hoy, en la entrada por el Paral·lel, una
estatua de Raquel Meller es centinela de los recuerdos, los años que pasaron y
las mujeres que se fueron, las copas vacías y los pecados que la calle ha
perdonado para siempre.
De
los bares antiguos y solemnes, donde cada noche el pueblo programaba la
revolución social, sólo queda el London, como guardián de los viejos sueños.
La
entrañable Bodega Bohemia ya desapareció, pero allí, en la puerta, los sueños
ya nacían rotos.
Ni
el nombre de la calle es el mismo: ahora se llama, muy razonablemente Nou de la
Rambla, y la flanquea un teatro que se está hundiendo, el Arnau, donde en los
años del estraperlo y el hambre un coro de señoritas cantaba: "La
farina està molt cara... Aquest any no menjarem"... Las señoritas
estaban redonditas y tenían cara de haber comido.
Por
el otro lado, flanquea la calle el Bagdad, el último local canalla, especializado
en matrimonios noveles y penes que necesitan un servicio de urgencias.
Los
inmigrantes que ahora la pueblan no creo que sueñen ya en la gloria. Y otro
revés para el paseante lleno de esperanza: antes conocías allí a una chica
guapa y su padre se llamaba Pepe; hoy conoces allí a una chica guapa y su padre
se llama Mohamed. Seguro que no han oído hablar de la leyenda.
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