“Al entrar, lo primero que se veía, en un pequeño recibimiento frente a la puerta era el mostrador; con su anaquelería llena de botellas; y detrás del mostrador, con aspecto de hombre satisfecho, el amo, que invariablemente saludaba con una sonrisa a todos los parroquianos. A mano derecha quedaba el guardarropa y un poco más al fondo dos pequeños salones interiores; uno de ellos con veladores, y el otro destinado a sala de juego. A mano izquierda, siguiendo un corto pasillo, se encontraba el salón de baile, con su entarimado limpio y reluciente, bordeado de palcos, en cada uno de los cuales había una mesa de mármol y varias sillas. Al fondo, llenando un hueco de la pared entre dos balcones que daban a la calle se alzaba un pequeño estrado que estaba destinado, los días laborables al pianista y los días de fiesta y sus vísperas a un quinteto, que si no podía competir con la sinfónica, llenaba cumplidamente su misión filarmónica a satisfacción de la clientela” ENRIC